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21 de septiembre de 2013

Llevo veinte minutos corriendo, a toda prisa. He recorrido todas las calles de mi ciudad y si digo la verdad, ha sido el primer día en que he ido por mi ciudad y nadie me ha saludado. Quizás porque hoy iba con pantalones cortos de deporte, una chaqueta gris con la capucha puesta y unos zapatos de deporte. Quizás la gente se ha preguntado: "¿Dónde se ha dejado los tacones?" No lo sé. No sé que se han preguntado y tampoco me ha importado mucho. Sólo me he preocupado por cerrar los ojos y correr todo lo que he podido, quería sentir la brisa hasta el punto de no poder abrir apenas los ojos por la velocidad. Quería sentir que podía huir. Cuando he vuelto abrir los ojos estaba en mitad de un parque al que no suele ir mucha gente. Los árboles se balanceaban por el aire y yo con ojos cristalinos y sonrisa prohibida miré a mi al rededor. No sé por qué, pero no lo he podido evitar. No he podido impedir que saliese un sonido desgarrador desde dentro de mí. No sabía como gritar que le echaba de menos. No sabía como decir que sin él yo no vivo y que los días ya no son iguales.


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