El verano se va, se
esfuma en los recuerdos. Intentas atraparlo con los dedos pero es imposible.
Tanto tiempo esperándolo y tan pronto huye. Se escapa como la arena entre tus
dedos. Te detienes en mitad de una carretera, sin rumbo, miras hacia todos los
lados, te encuentras perdida sin saber dónde ir y gritas. Ahogas tus fuerzas en
tus gritos en el vacío. Caes de rodillas al suelo y lloras sin descanso y
mientras… ¿Mientras? El mundo sigue con su vida, no se detiene y ahí estás tú ahí,
en mitad de la nada, desgarrada por dentro como si el paso del tiempo se
tratase de navajazos. En la vida nada permanece, todo huye. Recuerdas cada
momento que guardas en tu memoria desde que tuviste uso de razón: recuerdas
aquel vestido que tanto te encantaba, aquel amigo con el que te enfadabas
porque te decía que los reyes no existían o aquel tiempo en el que creías que
las personas que querías no iban a irse nunca de tu lado. En ese momento,
rompes a llorar una vez más y ahí te quedas porque sigues siendo la misma niña
con miedo que necesita que le tiendan la mano para salir adelante.
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