La vida. Cara o cruz. Piedra, papel o tijera. Un juego de azar. Una
postal. Un juego lleno de trenes que corren a toda velocidad por diversas vías,
que dirigen tu vida a situaciones sorprendentes. Y mientras tu destino escribe
tu propia historia, ahí estas tu. Tú y tus ojos vendados, sin saber las
repercusiones que tendrán tus decisiones. Te dejas llevar como cuando tenias
cinco años y te balanceabas en aquel columpio con el que soñabas alcanzar el
cielo, y llegar al infinito.
O cuando estabas
montada en la moto de aquel chico que durante años habías estado locamente
enamorada de él, y te abrazas a él, sintiéndote libre, mientras sientes como tu
pelo se agita y el viento golpea tus mejillas.
Y es ahí cuando te
das cuenta de que has crecido, que aquellos minúsculos ojos traviesos han
cambiado por los azabache con ganas de ilusionarse y enamorarse. Que la vida ya
no es un juego basado en construir un castillo de arena e imaginarte una vida
allí. Si no que la vida es mucho más que eso. Es un río de lágrimas, y un cielo
de alegrías. Un cuadro lleno de tonalidades, en el que lo importante es vivir
minuto a minuto.
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